Relato de Erwan B., Julie C., Jeanne G., Noémie V.
1. El manuscrito de Cuenca
Esta es la historia de Pedro, un joven escolar de la ciudad de Cuenca, que encontró el misterioso manuscrito de Cuenca al salir de la escuela. Como siempre, antes de volver a casa, Pedro compró una golosina en el tendero local (siempre la misma barra de cereales con chocolate) y se la comió junto al río Júcar. Y allí estaba, en una botella, en el agua, encajada entre dos rocas. Curioso por su contenido, Pedro se apoderó de la botella antes de probar su barra de cereales.
Una vez de vuelta en casa, Pedro decidió abrir esta botella solo en su cuarto. Era de color verde y un poco azulado y estaba cerrada por un tapón de corcho, con un código en la parte superior del tapón que indicaba el número ''711''. Pedro decidió abrir la botella para ver su contenido, pero tuvo una duda. ¿Y si esa botella estuviese destinada a otra persona, y si contuviera secretos que él no debía conocer en absoluto ?
A pesar de ello, decidió abrirla y descubrió un manuscrito escrito en un idioma que no sabía que existía. Un poco desilusionado por no poder descubrir por sí mismo el secreto de la botella, decidió ir, rápidamente, a la Posada de San José donde podría encontrar al traductor de Cuenca.
Bajó de su habitación y mintió a sus padres sobre la naturaleza de su salida nocturna. Una tarea de última hora para hacer en casa de un amigo : ¿ Qué mejor que una excusa como esta para salir de noche sin protestas ?
Pedro ahora debía ser discreto para no despertar las sospechas de la ciudad de Cuenca, una ciudad animada por la noche y no codiciada por los jóvenes de su edad a esta hora.
Decidió atravesar la ciudad por los rincones oscuros y poco iluminados, escondiendo la botella encriptada y el manuscrito dentro de su chaqueta. Pedro se mostró valiente, motivado por la idea de poder ser el autor de un descubrimiento científico, médico o literario que lo hiciera importante a los ojos de todos.
La ciudad de Cuenca era grande sin serlo realmente. Es decir, podías conocerla por completo. Desplazarse a pie sin mapa ni GPS y era un juego de niños para Pedro que había vivido allí desde su nacimiento. Conocía cada calle, cada acera y qué calles estaban menos iluminadas. Normalmente hacía todo lo posible por tomar las calles más iluminadas, pero esta noche no podía ser, tenía que permanecer discreto. Y como siempre había vivido allí, conocía a mucha gente en esta ciudad, así que tenía que evitar a toda costa cruzarse con alguien.
Sin embargo, sucedió lo que quería evitar, se encontró cara a cara con la señora Dolores, su profesora de matemáticas. Cuando lo vio, corrió hacia él, ¿ qué hacía fuera a esas horas ? Esta vez no podía pretender estar haciendo los deberes con un amigo, ella sabía muy bien que no era posible. Tras unos segundos de reflexión, le explicó que por la tarde se le había caído el reloj en una calle cercana y que iba a buscarlo antes de que se lo robaran. La profesora no dudó de lo que decía, le deseó lo mejor y siguió su camino. Había tenido miedo, pero su mentira había funcionado, podía continuar su camino.
Justo después, Pedro se encontró con Pepito, su gato, ¡ que se había escapado de la casa otra vez ! Podía reconocer a su gato entre mil y uno, era gris y suave y tenía un maullido muy particular. Y sobre todo, el gato de Pedro cojeaba... Pepito era su mejor amigo, así que cuando Pedro lo encontró, se sintió más seguro para continuar su viaje.
Una vez que llegó a la Posada de San José, el traductor, Pablo, le saludó con dureza : los niños no tenían derecho a entrar en ese lugar sagrado. Sin embargo, la motivación y la insistencia de Pedro le llamaron la atención. Examinó la botella, la abrió y leyó el manuscrito.
Miró a Pedro, se rio y le confesó que los números de la botella significaban la fecha de la conquista musulmana de España. ¿ Por qué ? Porque dentro de la botella estaba... la famosa receta del alajú, propio de la provincia de Cuenca. Esta torta tradicional de herencia árabe está considerada como la precursora del turrón. Elaborada con los mejores productos de la tierra: buena miel, buena almendra y buen pan.
Pedro se arrepintió de no haber comido su barra de cereales, porque era una escapada inútil, y porque la receta del alajú le daba hambre... Al menos el documento sería catalogado como "documento histórico" descubierto por Pedro, y no se permitiría ninguna variante de la receta en la provincia.
Sin embargo, a Pedro no le satisfacía solo tener su nombre al lado del descubrimiento de esa receta tan anodina. Siempre había querido ser un famoso arqueólogo desde que empezó a ver esas películas de aventuras americanas difundidas por la televisión. Se pasaba todo el día jugando al aventurero en el recreo y sus noches imaginándose vivir las aventuras de Indiana Jones.
De hecho, Pablo era el único de sus amigos que entendía su amor por las aventuras. Solían sentarse en un café después del colegio para hablar de historia, el asunto favorito de Pedro. El traductor le hablaba de su trabajo, que a menudo implicaba traducción de lenguas antiguas. Le hablaba largo y tendido de los manuscritos antiguos que debía traducir y de las civilizaciones que los escribieron, y a Pedro todo eso le fascinaba.
Ahora Pedro estaba allí, cara a cara con el traductor, dándole algo que pensaba ser el descubrimiento del siglo pero que era únicamente algo menor. La realidad era un golpe en la cara. Se sintió fracasado. Sentía como si sus pies fueran a abandonarle. ¿ Si nunca conseguía ser arqueólogo ?, se preguntaba Pedro.
El traductor le acompañó a sentarse, con su gato, sobre la silla que había puesto en el balcón. Allí frente a esa vista de su ciudad que conocía tan bien, con las casas colgadas rodeadas de la extensa Alcarria, Pedro de repente tuvo una idea.
Se preguntaba si había algo más en la botella. Algo que le permitiera descubrir los verdaderos secretos de la ciudad de Cuenca. Así que decidió guardar el manuscrito y la botella para investigar con más tiempo.
Ahora que tenía la receta, sólo tenía una cosa en mente : probarla. Pero en caso de duda, quería hacerlo solo, porque si pasaba algo, no quería que nadie más se enterara. Sabía que los domingos por la mañana su padre solía ir de compras y su madre a correr, así que estaría solo. El domingo siguiente se puso manos a la obra, reunió todos los ingredientes y encendió el horno. La receta estaba mal traducida y Pedro no estaba acostumbrado a cocinar, pero una hora más tarde, un agradable olor llegó a la cocina. Era un olor que no conocía, y se preguntó qué ingrediente podría hacer eso. Cuando terminó el tiempo de cocción, abrió la puerta del horno y algo le sorprendió; los pasteles habían triplicado su tamaño a pesar de que no les había puesto levadura. ¡ Los pasteles eran mágicos !
Corrió a la Posada de San José para hablar de este descubrimiento con una buena tarta casera, y su gato... O la receta era mágica, o Pedro era un mago... Pablo examinó la receta, cansado por el constante entusiasmo de Pedro con cada descubrimiento. Le dijo a Pedro: "No sé qué pasó. Creo que has encontrado una receta mágica y que este secreto debe quedarse entre nosotros". Pablo no quería comerse la tarta pero discretamente le dio un pedacito al gato de Pedro. El gato de Pedro, que cojeaba constantemente, corría sin problema por las cuatro esquinas de la Posada de San José. La receta tenía el poder de curar dolencias.
Así, Pedro se convirtió en el descubridor de la receta mágica de Cuenca y el primer médico más joven de España. No era un arqueólogo, pero no era tan malo.