Relato de Elie D S., Esteban D A., Inés G.-N., Kizzy C.C.

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Cours: Récits d'espagnol
Livre: Relato de Elie D S., Esteban D A., Inés G.-N., Kizzy C.C.
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Date: lundi 25 novembre 2024, 01:45

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Cubo y pala

Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.

Llovió todo abril y todo mayo. El sol no volvió en junio, el mundo se había convertido en algo gris y oscuro, una atmósfera que no dejaba augurar nada bueno… Pero eso no era tan extraño en el mundo particular en el cual vivimos. En efecto, mi mundo no es como el vuestro, aquí la gente tiene la vida eterna, es como si el tiempo se hubiera parado para los humanos: ya nadie nace o muere. Mi hermano que pasó algunos meses en los altillos con la ropa de verano no podría estar mejor, estos meses en los cuales nos olvidamos de él solo fueron la ocasión de hacer una larga siesta, un poco solitaria y polvorosa, pero muy tranquila.

Es interesante ver cómo cambia nuestra perspectiva sobre la vida cuando sabemos que no tiene fin, no se vive de la misma manera… la gente lleva una vida descuidada, ya no te preocupas tanto de los demás y demasiada gente vive sin pasión ya que sabe que tiene tiempo, tiempo de hacer todo lo que podría querer.

Pero muy pronto, esta visión del mundo iba a cambiar Todo mi mundo, mi vida tan tranquila, estaba a punto de transformarse radicalmente.

A la llegada de julio, el cielo, por falta de sol, se quedó aún más gris que el plomo. ¡Qué extraño! ¿Qué estará pasando? ¿Este verano no habrá sol y playa? Todas nuestras cosas de verano no encontrarán su utilidad? ¡Qué desperdicio! El segundo día del mes de julio todas estas preguntas se convirtieron en algo vano. Porque cuando pierdes todo a lo cual te habías acostumbrado, que tus creencias pierden todo valor, las preocupaciones sobre el buen y mal tiempo, o tus vacaciones de verano se vuelven bien insignificantes.

Y tú, ¿qué harías si de un día para otro tu mundo se convirtiese en algo totalmente desconocido ? Yo no tuve el lujo de pensar en ello con tranquilidad, sólo pensé en sobrevivir. Sí, sobrevivir : todo cambió tan deprisa, los relojes de nuestras vidas se habían puesto a girar de nuevo, y la muerte, que hasta entonces nos parecía una idea muy lejana, se convirtió en nuestra nueva realidad. “Sobrevivir” puede parecer un poco fuerte, pero ponte en mi lugar, ¡alguien había muerto en nuestro mundo eterno! Pero… lo que no entiendo es por qué a todo el mundo le pareció tan banal… Le pregunté a mamá, y me dijo:

-“Cariño, no hay nada extraño, es la triste realidad. La vida no es eterna y lo que tiene que pasar pasará”.

¿Qué estaba diciendo? ¿Era de verdad algo normal? ¡Pero es la primera vez que esto pasa! ¿Cómo es que yo soy la única persona a quien le parece anormal? ¿Cómo podía ser que yo fuera la única persona a la que esto le pareciera una locura?¿No era que el tiempo se había parado?

Cada día, un conocido moría. Primero fue el panadero, el que tenía su panadería al lado del colegio, y después fue el señor que se pasaba todas las tardes sentado en un banco del parque que está delante de nuestra casa. Poco a poco, el número de personas que morían aumentaba, y, poco a poco, se hablaba menos de lo que estaba pasando. No parecía preocupar a la gente, ¡¿pero cómo era posible?!

El tiempo pasaba y pasaba, y más gente moría. Un día recibí una llamada de mi mejor amigo: su papá había muerto en un accidente de tráfico. ¿Cómo podía ser justo aquello?  ¡Su padre aún tenía cosas que hacer y un hijo del cual ocuparse!  ¡Y nadie intentaba hacer nada para frenar esta locura! ¿Y si esto le pasara a mi madre?  ¡O a Jaime! ¿Qué haría yo? ¿Cómo podría ser feliz? ¿Cómo puede uno aceptar la muerte cuando nadie la conocía hasta ahora?

Todas estas preguntas me preocuparon durante una semana entera, hasta que mi madre me anunció una noticia que me pareció, en aquel momento, terrible :

-“Cariño, tu abuelo está enfermo, y es posible que muera próximamente”.

Esa frase me cortó la respiración : desde que tenía uso de razón, mi abuelo siempre había gozado de buena salud, lo cual era lógico: ¡Tenía 624 años!

Sin embargo, durante los últimos años, había perdido su razón de vivir y vivía, como mucha gente, de manera descuidada y sin intención…

 Fuimos a visitarlo, porque los médicos nos habían dicho que le quedaban pocas horas de vida. Mi hermano pequeño y yo, durante todo el trayecto, desde nuestra casa hasta el hospital, sollozamos tristemente. Mi madre parecía resignada y serena. Cuando llegamos a la habitación, reinaba un ambiente tranquilo. Mi abuelo estaba dormitando, con una sonrisa serena. Se despertó, y habló con mi madre durante unos minutos y luego, me hizo una señal para que me acercara. Me dijo con una voz sorprendentemente fuerte :

-“Iñaki, no debes tener miedo ! La muerte nos ha sido devuelta, y eso es bueno. Mira, mi vida ha durado demasiado tiempo, y finalmente me he cansado de ella. ¿Sabías que, antes de mi nacimiento, los hombres no vivían más de cien años? Hoy en día, nos parece una vida muy corta, pero en realidad era más que suficiente, porque la muerte le da todo su valor a la vida. La vida era valiosa, justamente porque se acababa sin que conociéramos el día de nuestra muerte. Después de que yo naciera, el número de personas de más de cien años empezó a aumentar, y el envejecimiento se redujo. Los nacimientos también cayeron… Y la continuación de la Historia, ya la conoces…
Ya he vivido como cinco vidas, si contamos como antes. Sin embargo, llegó un momento en el cual eso me fastidió y empecé a desear el día de mi muerte.”

Aunque empezaba a entender lo que me decía, la pena de saber que mi abuelo iba a morir (y que yo también, en un futuro no muy lejano) me abrumó y me puse a llorar.

Adivinando mis pensamientos, mi abuelo retomó :

-“Inaki, ahora tu vida te pertenece y ya no eres esclavo de una vida eterna y monótona”

Se puso a toser. Una enfermera nos pidió que le dejáramos descansar y salimos al pasillo.

Mi hermano y yo nos quedamos en el hospital unos días, para cuidar del abuelito, y disfrutar de su presencia y de su sabiduría todo lo que pudimos. Le queríamos más que a nadie. Habíamos pasado tanto tiempo juntos, que no sabría ni por donde empezar si quisiera contaros nuestros recuerdos. Así, nos rememoramos nuestras historias durante días y noches en su habitación. No queríamos dejar de hablar, solo nos parábamos cuando la tos le cogía, y como nos reíamos mucho, el pobre no paraba. También le conté mis travesuras (todas no, claro, uno no puede desvelar todos sus secretos), especialmente le revelé que siempre que se pasaba la tarde buscando el mando de la televisión, éramos nosotros quienes se lo habíamos escondido. Al principio, me asusté por la mueca que hizo : pensaba que me iba a reñir, pero en vez de eso, una inmensa sonrisa iluminó su rostro y ¡explotó de risa! Qué gracioso era… Pero no solo nos reímos, decirle adiós a alguien nunca es fácil. El abuelo compartió con nosotros un pensamiento suyo:

-“Cuando yo era joven, antes de que los científicos descubrieran nuestra seudo-eternidad, ya me había planteado mi propia muerte, y sabía perfectamente cómo querría despedirme de este mundo. Yo soñaba con una ceremonia en plan vikingo: un barquito de madera navegando hacia el mar. La vida eterna nos había quitado muchos sueños, pero a partir de hoy, seréis de nuevo autores de vuestras vidas.“

Me conmovieron muchísimo sus palabras, porque veía en sus ojos lo importante que era para él. De hecho, se le cayeron dos lágrimas llenas de emoción.

Murió pocos días después. Fue muy difícil para todos. Para honrar su memoria, propuse que nos despidiéramos de él de la manera con la que había soñado. Sería la ceremonia más bonita que hubiera existido desde hacía cientos de años. Y desde luego, fue un momento maravilloso, lleno de alegría. Claro que estábamos tristes, pero fue una despedida muy bonita y tranquila, a pesar del cielo nublado.

La semana siguiente, mamá, Jaime y yo, pasamos mucho tiempo juntos, no lloramos, o mejor dicho lloramos muy poco. El sábado, decidí salir de casa, para tomar el aire, y aunque el tiempo no había cambiado, me puse a sonreír cuando vi unas aves volando hacia un rayo de sol apenas visible. El tiempo no se había parado. Ni antes, ni nunca. La vida seguiría su rumbo, y muy pronto, el sol iba a volver y nos acompañaría de nuevo a la playa.