Relato de Abel B., Margaux C., Roxane DM., Hanaël J.P., Sarah J., Laurine N., Chloé P.Q. y Océane T.
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Récits d'espagnol
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Relato de Abel B., Margaux C., Roxane DM., Hanaël J.P., Sarah J., Laurine N., Chloé P.Q. y Océane T.
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samedi 10 mai 2025, 00:58
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1. El Pozo
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.
Luis Mateo Díez
2. Desarrollo
Tres meses después, como no habíamos recibido ningún mensaje, nos dijimos que la única solución era saltar en el pozo, para ver si nuestro hermano estaba vivo. Dudamos un poco, en efecto, ¿qué pasaría si fuera solo una mala broma? ¿Y si nuestro hermano estuviera muerto? Pero, si había una pequeña suerte para ver a Alberto de nuevo, tendríamos que saltar en este pozo.

Así pues, nos preparamos con Eloy, Samuel y Manuela en una de esas mañanas de neblina, de esas en que solo podíamos ver la silueta del árbol de los vecinos. Madre lloraba, y padre; padre no hablaba desde hacía una semana, solo daba vueltas por el jardín con los brazos cruzados y sin decir una palabra. No lo habíamos visto así desde que la yaya falleció. Nos pusimos los zapatos rápidamente y a escondidas, para que padre y madre no se diesen cuenta, y nos escapamos. Antes de nuestro inicio de lo que consideramos la “aventura del domingo”, le di unas pesetas a mi primita Juana, para que fuese a comprar el pan y unas castañas a nuestros padres tras la misa: es lo que tiene ser el primo mayor.
Sin más dilación, partimos, con una linterna en la mano y la capucha lista para la lluvia prevista para mediodía. Debo admitir que no escogimos el mejor momento para salir, considerando lo que pronosticaba el Tiempo, pero, ¿qué le vamos a hacer? Era el único fin de semana en el que Manuela podía. Su trabajo como neurocirujana, que la lleva a viajar por todo el mundo dando conferencias, no le permite a la consentida de la familia quedarse en casa más de dos días seguidos.
Samuel se quejaba del tiempo mientras jugaba a un juego de móvil, tan encorvado que parecía un dromedario al andar. Manuela hablaba de sus nuevos hitos “cirujanísticos” a los cuales ya tan acostumbrados estamos. Tendría que empezar un podcast, para que le cuente su vida a personas que se interesen por ella, ya que ni le prestamos atención durante las cenas al contarnos sus actividades hospitalarias del día a día. Madre es la excepción, se queda siempre abobada con sus habladurías, con los codos anclados en la mesa y boquiabierta frente a su niñita hermosa que tanto éxito ha conseguido en la vida.
Por otra parte, Eloy, con su alma de poeta despreocupado que tanto lo caracteriza, iba saltando de roca en roca tarareando una canción que ni yo percibía. Sonaba a canturreo de alguna nana de nuestra infancia, aunque no conseguía escucharla claramente por los diez metros de adelanto que llevaba con respecto al grupo. Yo, al contrario, cuanto más nos acercábamos al pozo, más me empezaba a sentir mal, enfermo, como si la niebla me pesase encima. El camino hasta el pozo era sinuoso, teníamos que atravesar un campo de olivos antes de pasar por unos cuantos matojos para acabar en un bosquecito que nos separaba de nuestro destino. Por un instante, el collar tambaleante de Eloy me deslumbró, un haz de luz se reflejó en la cadena de plata chirriante que tenía desde niño. Sus movimientos bruscos y aleatorios fueron los causantes de tal deslumbramiento y mis ojos miraron hacia su dirección, solo para darme cuenta de que un niño sin rostro me miraba fijamente. Aquella figura tétrica se encontraba medio escondida entre los matojos del bosque, blanca, pálida sin contorno definido estaba ahí, parada… El entorno se difuminaba al entrar en contacto con su piel, de tal manera que esa efigie lúgubre no parecía de nuestro mundo. Mis ojos se abrieron como si hubiesen querido compensar la falta de visión de nuestro nuevo amigo. Eloy, que se encontraba delante de nosotros ya no estaba ahí y al ver que mis hermanos ya no se encontraban a mi alrededor, decidí darme la vuelta. En aquel instante, mi cabeza empezó a dar vueltas. Lo que me parecieron segundos después, me encontraba en el suelo, en los brazos de mi hermana hablándome y diciéndole a los chicos que viniesen a ayudarla. No percibía su voz, solo veía sus labios moverse mientras que mis hermanos corrían para verme con una nana de fondo que nos cantaba mi madre de pequeños. Recordé a Alberto; siendo ésta la primera vez en años que me acordaba de todas sus características faciales a la perfección. Mi hermana seguía intentando establecer contacto conmigo, pero solo percibía su voz a lo lejos que se acercaba, dejando, a medida que pasaban los segundos, la canción en segundo plano.
Por primera vez, sentí que nos adentrábamos en la boca del lobo.
Cuando recobré el conocimiento después de unos momentos, me quedé atónito ante lo que tenía frente a mí: el famoso pozo que no había vuelto a ver desde hacía tanto tiempo, aquel lugar al que pensé tantas veces, sin recordar precisamente a qué se parecía. Nos dejó sin palabras. Nos mirábamos sin decir nada, la atmósfera era tensa.
El pozo era más profundo y grande de lo que me imaginaba. Sus rocas estaban blancas pero cubiertas de musgo por la lluvia. El alrededor del pozo estaba lleno de vegetación salvaje. La niebla gris pesaba sobre el lugar. Los árboles eran inmensos y las plantas muy altas. Era un lugar donde nadie habÍa ido en los últimos años, un lugar abandonado.
Después de unos minutos, Samuel comenzó a inclinarse sobre el pozo para esperar ver luces, algo en la penumbra del pozo, pero no vio nada. Nos miramos y decidimos hacer un plan: ¿cómo íbamos hacerlo? Y si descubríamos a nuestro hermano vivo? ¿Qué íbamos a decir? ¿Qué haríamos si él no quería ser rescatado? Propuse ir solamente Eloy y yo dentro del pozo. Necesitábamosa alguien para mantenernos y sacarnos del pozo si encontrábamos un problema, cualquiera que fuera. Samuel y Manuela no estaban satisfechos de mi decisión, pero no había otra solución.
Bajamos lentamente en la penumbra del pozo. El aire era húmedo y faltaba oxígeno pero la excitación estaba demasiado presente para hacer el camino inverso. Por la lluvia, la altura del agua había subido. Nos hundimos cada vez más en el pozo. Entre las ratas y la ropa mojada, las condiciones no eran perfectas pero el misterio era demasiado grande.
La oscuridad era tan densa que parecía que el tiempo se había detenido. Mis pensamientos estaban mezclados, entre el miedo y la esperanza. De repente, sin saber cómo ni por qué, lo vi. Estaba allí, frente a mí. No lo reconocí, era mucho más alto que en mi último recuerdo de él.
Estaba sucio y delgado, pero lo más importante, ¡estaba vivo! Sin pensar, lo abracé y comencé a llorar desconsoladamente. Tenía tantas preguntas: ¿cómo estaba? ¿Cómo había sobrevivido? ¿Cómo había sido su vida en el pozo? Quería decirle cuánto lo habíamos echado de menos y que habíamos venido a salvarlo, que siempre supe que estaba vivo.
Pero entonces, algo que no esperaba ocurrió. Me miró fijamente y empezó a gritar palabras que no entendía. Estaba agresivo y rechazó mi abrazo. Eloy me preguntó qué estaba haciendo y por qué le había hecho eso a un extraño, y yo le grité que era nuestro hermano. El hombre nos miró y se presentó. Se llamaba Sergio.
Nos explicó que había caído en el pozo la semana anterior. Al principio, pensó que había oído un ruido extraño proveniente del fondo. Intrigado, se acercó al borde para ver mejor, pero al inclinarse demasiado hacia adelante, perdió el equilibrio y cayó al fondo. Sergio nos contó que los primeros días fueron muy duros. Apenas podía moverse debido al dolor, y la oscuridad y la soledad lo hicieron sentir como si estuviera atrapado en otro mundo.
No sabía si alguien lo buscaría, y pensó que podría morir allí, olvidado. Pero entonces, empezó a escuchar ruidos extraños desde el fondo del pozo, y pensó que tal vez, de alguna forma, alguien podría estar cerca. Estaba débil, pero con la esperanza de que la vida lo sacara de ese agujero oscuro, empezó a gritar, a hacer ruido con lo que tenía a su alcance. Con el bolígrafo y el papel de su factura del supermercado que llevaba en el abrigo, escribió el mensaje que encontramos antes. Lo que le salvó, porque gracias a eso llegamos al pozo, aunque pensábamos que era nuestro hermano…
- ¿Y de dónde vienes? le pregunté
- Antes de ese agujero oscuro, vivía en…
Hubo un silencio. Le miramos fijamente curiosos, esperando la respuesta. Me parecía imposible que no fuese nuestro hermano, era unas de esas escenas en los películas cuando hay una falla temporal y entendemos todo al final y debemos verlo de nuevo.
- ¿Qué pasa? preguntó Eloy. ¿No sabes de dónde vienes? Bromeo.
Sergio dudo un momento y murmuró:
- Parece que no me puedo acordar.
Seguro que la caída le había provocado amnesia, y solo era imposible rememorar su identidad temporalmente.
- No pasa nada, haremos las presentaciones más tarde, dije intentando tranquilizarle.
De pronto me di cuenta de la situación muy ansiogénica, me sentí asustado, perdido en ese pozo oscuro, misterioso del qué no sabía nada, con la responsabilidad de Eloy a quien había traído conmigo de manera inconsciente. Me pareció evidente que era peligroso. La idea de ser impotente en tal lugar, en el cual ni siquiera podía esconderse, dando vueltas en mi cabeza, me hizo caer enfermo. Me vi cayendo en el pozo una y otra vez. Otra vez. Otra vez. Y estuve deslumbrado.
Y después, nada.
Cuando recupere la conciencia, estaba tumbado en un suelo duro y húmedo. Mirando a mi alrededor, apenas podía distinguir lo que me rodeaba. Todo estaba oscuro y solo un débil rayo de luz procedente de un punto elevado iluminaba la zona. Tres siluetas desconocidas de niños, alrededor de mí, me miraban fijamente con grandes ojos.
- ¡Por fin despierto! dijo el primer niño.
- Estábamos preocupados, añadió el segundo.
Me sentí totalmente confuso. ¿Quiénes eran estos tres niños? ¿Y dónde estaba Eloy? Me lo pregunté en cuanto me di cuenta que había desaparecido. Mientras estaba recobrando el sentido, los tres niños desconocidos estaban conversando. Podía oír el eco audible de sus voces. Empecé a captar algunos retazos de la conversación entre estas tres personas. Una de ellas parecía llamarse Sergio, pero no podía distinguir los nombres de los otros dos. Me levanté lentamente y decidí acercarme a ellas. Me miraron con dulzura y me preguntaron mi nombre. El chico que se llamaba Sergio me miró con una sonrisa amistosa, mientras que los otros dos parecían atónitos, con los ojos y la boca abiertos. Fue entonces cuando me di cuenta de que no podía responderles. Todo empezaba a dar vueltas en mi cabeza, no sabía dónde estaba, cómo había acabado aquí ni con quién estaba. Sergio me dijo que me calmara y nos pidió que nos sentáramos gentilmente. Por las miradas de las otras dos personas que estaban a mi lado, supe que estábamos en la misma situación. Intercambiamos miradas recelosas antes de sentarnos en el suelo oscuro y húmedo para escucharle. El silencio del lugar se hacía pesado, nos mirábamos unos a otros y solo las gotas de agua que caían sobre el suelo rompían el silencio. Sergio parecía preocupado, pero finalmente decidió explicar lo que sabía. Nos enteramos de que no sabía su apellido ni cómo había acabado en aquel lugar. También admitió que llevaba allí más de una semana, pero que hacía tiempo que había dejado de contar los días. Había decidido mentirnos cuando nos vio llegar al pozo para no preocuparnos, porque esperaba que su hipótesis fuera errónea. Hablaba en voz baja y parecía tener cuidado con cada palabra que decía, como si no quisiera hacernos daño. Era una situación extraña, nadie se atrevía a responder ni siquiera a respirar. Tras largos minutos de silencio decidí romper el silencio :
- ¿De qué hipótesis estás hablando?
Su voz se hizo más ronca y pareció controlar su respiración:
- Una vez que caes en ese pozo, tu memoria te abandona para siempre.
El silencio se hizo ensordecedor, nadie se atrevía a moverse, a mirarse, a respirar. No sabría decir cuánto duró esta situación, pero me pareció una eternidad...
A lo lejos, oí un suave zumbido. Miré a mi alrededor y vi que las otras tres personas que estaban conmigo también se concentraban en el nuevo sonido que nos rodeaba. El zumbido era cada vez más claro y ahora podía distinguir las palabras. Una figura parecía acercarse al mismo tiempo que el zumbido. Fue entonces cuando reconocí aquella figura esbelta y soñadora: era Eloy, mi hermano. Eloy era la única persona a la que recordaba, a pesar de que no podía describir el aspecto de mis padres o solo visualizarlos en mi cabeza. Mi mente se perdía en la melodía. Al ritmo de la música, que sonaba como una nana, toda mi memoria volvió a mí. Me di cuenta de que nuestros padres nos habían cantado esta nana cuando éramos niños y que los desconocidos con los que había estado varias horas eran en realidad mi familia. Sus recuerdos también volvían, pues ahora gritaban alegremente sin parar: «¡Me llamo Samuel!», «¡Me llamo Manuela!». Me uní a ellos a mi vez y me detuve en seco al oír «Me llamo Alberto».