Relato de Héloïse B., Maiwenn D.,Madeleine C. y Antoine S.

Un extraño viaje

¿Habéis vivido una experiencia que ha totalmente cambiado el curso de vuestra vida? Yo sí, y la voy a contar.

4. De Madrid a Zaragoza

Al día siguiente, al amanecer, mis doloridos dedos de los pies me despertaron.  Intenté moverlos lentamente con el fin de que mi circulación sanguínea se reactivase, pero no pude extender más mis piernas. Me enderecé un poco rápidamente, y mi cabeza se chocó contra la barra metálica que dominaba mi cabecera. La roté enérgicamente diciendo palabrotas. De repente, me di cuenta de que nuestra cama con Eva era de madera, y todo me volvió a la memoria. 

Encendí precipitadamente la luz pálida de los neones, y no pude contener un grito de sorpresa. Estaba de nuevo en la cama de estudiante que ocupaba hacía 5 años. Levantándome, una montaña de hojas cubiertas por formulas matemáticas cayó sobre el suelo frío. Estaba completamente escondido detrás de borradores deplorables de ejercicios, cada uno más incomprensible que el siguiente. Eso no presagiaba nada bueno en lo que concernía el día por venir. 

Me levanté y me acerqué de la ventana, luego, abrí despacio los postigos. Cuatro pisos abajo, Madrid estaba despertándose. Las tienditas del mercado estaban listas. Todo giraba cada vez más y, absorbido en mis pensamientos, solo me concentraba en las luces de algunos coches matutinos.

De repente, tuve la necesidad sentarme, me puse pesadamente en mi silla de despacho. Frente a mí, un post-it amarillo fosforescente indicaba EXAMEN MATEMATICAS en letras capitales. Me enfrió inmediatamente, y confirmó mis preocupaciones. Me vestí con rapidez y recogí las hojas que estaban esparcidas en toda la habitación. Una parte de mi mismo intentó entender esas ecuaciones que me parecían tan lejanas (¿Había de verdad envejecido tan rápidamente?), la otra parte seguía parpadeando y pellizcándome: intentando despertarme de lo que parecía ser una pesadilla. 

Examiné las paredes y sus empapelados discutibles, nada había cambiado excepto algunas arrugas que habían aparecido en mi frente. Desde mi perchero, en aquel momento listo para estrenar, hasta mi estuche, firmado por todos mis amigos: todo estaba allí. Mis ojos se demoraron un momento en la foto de familia deslizada en el rincón del marco. Un golpe de genialidad me cruzó la mente. 

Estaba decidido, ese fin de semana, aclararía la situación improbable en la que me encontraba sumergido. Salí a toda velocidad de la residencia estudiantil, y bajé los escalones decuatro en cuatro. Me puse a correr hacia la estación de tren. Me quedé excesivamente sorprendido por la resistencia que tenía, normalmente, estaba sin aliento solo subiendo dos pisos hasta las oficinas cada mañana. Esa misteriosa marcha atrás tenía, a pesar de todo, aspectos positivos. 

El tiempo pareció como una eternidad, así que, llegado a Zaragoza, no tomé el tiempo ni desayunar ni almorzar. Me dirigí directamente al espacio que, loesperaba, sería revelador de todas las repuestas que estaba esperando. 

Llamé a la puerta cuatro veces, como lo hacía desde siempre, anunciaba a mis padres que estaba de retorno de la escuela. Mi madre abrió la puerta precipitadamente. Leí en su mirada su alegría verme, impregnada también por la pena deque no nos hubiésemos visto antes. Esa mirada de desaprobación, que me hubiera irritado tanto cuando era estudiante, fue un pellizco. Entendí toda la felicidad que representaba para ellos cada momento en el que volvía en mi ciudad natal. 

No les expliqué nada de la historia abracadabrante que se estaba ocurriendo, pero les propuse una caminata alrededor del río Gállego.

Una vez llegados a destino, una extraña sensación me navegó por el cuerpo. Por enésima vez, tuve que parpadear muchísimas veces creía estar soñando. Justo delante de nosotros, presidíangigantescas, las enormes rocas de la leyenda de la giganta de los Mayos que Federico me había contado