Relato de Eloïse R., Romane L. y Maïtena B.

"En esos parajes vivía una anciana de estatura gigantesca, de la que se decía que usaba artes de brujería. Los habitantes del pueblo vivían atemorizados. Cansada de verse siempre temida y rechazada, la Giganta (así la llamaban), hizo surgir un día las enormes rocas y las plantó con fuerza junto al río Gállego para poder vivir escondida y refugiada tras ellas.

Dicen que si hay luna llena, en la noche de San Juan se la puede ver sentada en el mallo Pisón, peinando sus largos cabellos blancos tras humedecer el peine en el Gállego."

Cuando unos amigos de Huesca me contaron esa leyenda de la Giganta de los Mallos, le propuse a Eva ir a pasar el fin de semana a Riglos para conocer ese lugar. Su respuesta picó todavía más mi curiosidad: "si quieres que tu vida dé un giro de 180°, cita en Murillo de Gállego, en la plaza del pueblo, el viernes a las cinco y media". Allí fui.

4. IV

"Alba, ¿estás bien? ¿Alba?"

Podía oír la voz preocupada de Eva pero no podía distinguir su cara, sólo una forma borrosa.

"Alba, has tenido un pequeño desmayo. ¿Puedes oírme?"

Cuando por fin volví a abrir los ojos, comprendí que no era una pesadilla. Efectivamente, estaba en esa sórdida casa con Eva y la dama de la leyenda. Además, ¿dónde estaba ella? Sentí que la cólera crecía en mi interior. ¿Por qué me había traído Eva aquí? Estaba a punto de levantarme y salir corriendo cuando vi a la anciana con la cabeza entre las manos, llorando como una niña. Desconcertada, pregunté a Eva con la mirada y percibí su vergüenza. Estaba enfadada consigo misma por haber provocado esta situación.

Mientras el silencio se hacía pesado, Marta se secó las lágrimas y me miró con sus penetrantes ojos azules. Realmente la estaba mirando por primera vez. Debía medir más de dos metros y medio, sus hombros eran anchos. Todo en ella parecía sobredimensionado. Llevaba un vestido azul de flores y una larga melena blanca trenzada. Su cara parecía chocar con su cuerpo. Era tan dulce… sus ojos y su sonrisa estaban llenos de ternura. Así que yo también empecé a sonreír. ¿Por qué había tenido tanto miedo? Pensé que Eva me estaba gastando una broma, tantoque la aparición de Marta me pareció un verdadero choque.