Relato de Antoine G., Hugo G., Nadia G., Lilou P.
El manuscrito de Cuenca
2. Capítulo 2
Pedro llegó por fin a la Posada de San José, donde se alojaba Álvaro, su amigo traductor. Estaba cansado, pero sano y salvo. El estrés de lo que estaba en juego le mantenía alerta. Parecía que nadie le había seguido, entonces entró.
Álvaro estaba sentado en el sillón rojo cerca del fuego. Estaba mirando a Pedro como si le esperase desde hacía siglos. Se sentía una tensión en la sala. Pedro habló el primero y le preguntó si podía traducir el manuscrito. Álvaro le contestó que no quería meterse en un asunto turbio, que tenía suficientes problemas con el ayuntamiento y la administración del museo. Pedro le explicó la urgencia de la situación y que sabía que algunos lo estaban buscando por este libro. Se lo entregó con mano temblorosa.
El traductor lo tomó con fastidio, lo abrió y empezó leerlo. El fastidio dio paso a la curiosidad cuando sus ojos hojearon las páginas. Sus pupilas se ampliaban más en cada línea. Álvaro respiró hondo y luego explicó a Pedro que el manuscrito describía una habitación en las catacumbas de la ciudad con detalles numerosos. La lengua era una mezcla de árabe andalusí y de latín, tal manera que algunas palabras no eran comprensibles, pero parecían tener un sentido ideológico, quizás ritual. Nunca había visto algo así y necesitaba consultar unas enciclopedias.
Desapareció en la biblioteca y Pedro no tuvo más remedio que esperar, cada minuto que pasaba le comía la ansiedad. Álvaro volvió con algunas fotocopias y una mirada llena de concentración. Dijo que necesitaría más tiempo para comprender bien lo que estaba escrito, y aunque la situación fuera urgente, propuso a Pedro pasar la noche en la Posada.
Pedro se tranquilizó un poco cuando se dio cuenta de que habían pasado más de diez minutos y que nadie le había encontrado. Se sentó en el sillón y se sirvió un vaso de ron, dejando a Álvaro trabajar. Pedro se preguntó si estaba loco, si todo lo que estaba pasando lo había soñado. Pero todo pareció bien real, tan real como ese ron cuyo ardiente calor quemaba su garganta.
Álvaro interrumpió su reflexión diciendo que se trataba de una forma de venganza, una acción violenta que resultó en un gran éxito para el perpetrador. Dijo también que aquella persona debía ser alguien importante para que un manuscrito contase su historia. Sin embargo, algo seguía siendo misterioso: ¿qué podía haber hecho este hombre de la Edad Media para que alguien todavía quisiera mantener el secreto?