2. Capítulo 2

María Cortés no pudo dormir por lo que había visto esa noche. Estaba muy preocupada y ella no sabía por qué la silueta le había parecido muy familiar, como si fuera ella misma. Pero ella no tenía tiempo: sus hijos volvían a casa. Tenía que limpiar, hacer las compras, cocinar y preparar la mesa mientras su marido estaba en los brazos de Morfeo, durmiendo tranquilamente. A las once, todavía su esposo no se había despertado. Por eso, subió hasta su habitación, pero cuando abrió la puerta, su esposo ya no estaba en la cama.

De repente, recordó que después de la pelea, su marido estaba tan borracho que se había ido a dormir a la cama de la habitación de huéspedes. Pero, su marido no estaba allí tampoco. ¿ Adónde se había ido? Su preocupación aumentó: ¿y si él fuese el que el que había visto la noche anterior, cerca de la puerta de la Posada de San José?

Para responder a sus preocupaciones, el teléfono sonó y llamó la policía: «Estamos con su marido, Diego Cortés. ¿Puede ir a la policía para la investigación de un intento de asesinato? Tenemos algunas preguntas y queríamos que nos contestara. Gracias por su cooperación, señora».

Juan Sánchez no recibió mensajes de Pedro: «¿Por qué tendrá tanto retraso? Tengo que ir a cuidar a mi pobre hija. ¡Una persona que cuidar es bastante!».

Durante horas, estuvo esperando a Pedro, pero no tuvo noticias. De repente, recibió una llamada: era Diego quien le llamaba. «Quizás, ¡recibió el manuscrito!», pensó Juan:
«¿Dónde está el manuscrito? ¡Es la una de la mañana y no tengo nada entre mis manos!
- ¿Qué? ¿Todavía no has recibido el manuscrito? ¡Hay un problema! No sé dónde está Pedro, no tengo noticias o mensajes de él y creía que estaba contigo.
- ¿Qué dices? ¡Sabes que el manuscrito es la única razón por la que todavía yo tengo un trabajo, porque soy el único que puede traducir eso! Ya lo sé: ¿te ríes de mí? ¿Es broma?
- Por supuesto que no. No me estoy burlando de ti, tengo una hija en el hospital y un amigo desaparecido y tú crees que tengo tiempo para reír. Olvídate, voy a buscarlo yo mismo …»


Entonces, Juan colgó. ¿Qué voy a hacer? 

Después de su pelea con su querida esposa, Diego quiso ir a la cama para olvidar. A él, no le gustaba cuando se peleaban. Ya sabía que María tenía razón, pero quizás la bebida no le ayudara a ser menos orgulloso. Además, nunca hablaban de su problema con la bebida de día, entonces, nunca él tuvo la oportunidad de decirle lo que realmente pensaba.

De repente, recordó que tenía que recuperar un manuscrito. Entonces, llamó a su amigo, Juan, se peleó con él, de nuevo, y su amigo colgó. Depués, tomó la decisión de encontrarse a con Pedro para asegurarse de que no había problema. Se despertó y se fue por las calles. Hasta el amanecer, no encontró nada. Estaba caminando cerca del puente de San Pablo, cuando vio a la policía. Se acercó y preguntó a la policía lo que estaba pasando ahí.
«¿Es Diego Cortés, el traductor del manuscrito de Cuenca?
- Sí, soy yo. ¿Qué pasa aquí?
- Venga con nosotros a la comisaría de policía. Tenemos algunas preguntas para usted en relación con la investigación de un intento de asesinato.»