Relato de Fanny L., Margaux S., Léa V. y Agathe R.

Cubo y pala

Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.

Llovió todo abril y todo mayo.

Eso fue lo que me recordó la foto puesta encima de la chimenea de mi abuela. Recuerdo esos hermosos momentos cuando mamá bajaba del ático las cosas de primavera, recordando la alegría que nos daba este periodo. La vuelta del sol, los árboles que crecen, las flores que renacen y los parques que se llenan de gente. La música vuelve a sonar, las risas así como las sonrisas vuelven a aparecer. Sin embargo, la única cosa en la que yo pensaba era la hora a la que iríamos a la playa con mi familia y mis amigos.

En esa foto, no sé cuántos años tenía; seis o siete años como máximo con mi pequeño cuerpo y mi mente llena de sueños. Tenía la costumbre de jugar con arena y agua, en la orilla con mi cubo y mi pala. Mamá y papá me miraban con amor, cuando jugaba con mis amigos, sin otra preocupación que la construcción perfecta de mi castillo ¡Cuántos objetos maravillosos había en ese momento! Símbolos de la infancia, de la alegría de la construcción, de castillos de arena, por supuesto, pero sobre todo de los fundamentos de una vida. No entiendo por qué, pero estos objetos aparecen, en mi mente, como símbolos de nostalgia de la vida. La vida pasa demasiado rápido. Al fin y al cabo, la infancia solo es una pequeña parte de tu vida, un pequeño momento que aparece como un pasaje de la vida que dura algunos segundos si lo comparamos con el resto.

Mi mamá sigue sacando la ropa prevista para cada temporada. Pero ahora, ya no puedo sacar mi alma de niño que quedaba en el ático, encerrada en las maletas. Mi infancia ha estado encerrada tanto tiempo que el antiguo yo, ya no proviene de mí, sino de otra persona. Una persona que conozco, por supuesto, pero una persona que lleva existiendo tanto que tengo la impresión que desaparece poco a poco, dando paso al nuevo yo, al adulto que soy ahora. El hombre en el que me he convertido.

Hoy es el día del cumpleaños de mi hija Sofía, cumple seis años. Conocí a su madre durante mis estudios. Soy ingeniero y siempre intento encontrar un hueco entre reuniones y presentaciones, para celebrar el cumple de Sofía, como lo hacíamos con mis padres durante mi infancia. La niña está muy contenta y aún me acuerdo cuando el año pasado, me dijo : “¡Mira papá!  ¡Mi castillo se está llenando de agua!”. En ese momento, me quedé sentado sobre la toalla, mirando hacia el horizonte, como para encontrar el niño que era y que tenía la misma inocencia en el corazón que la de Sofía. En esto se parece mucho a mí.

Solo tenía 3 años más que Sofía cuando mi madre se fue de golpe, llevándose solo una maleta con un poco de ropa, un martes de abril. Llovió todo abril y todo mayo y me pasé todo este tiempo llorando. Las camisetas y las sandalias volvieron al altillo. Los días de despreocupación se fueron con la ropa de verano y mi infancia también. Tenía que atarme los cordones sin ayuda y elegir mi ropa yo solito; no iba a ser mi padre el que me iba a ayudar, con todo lo que tenía que hacer... La vida continuaba. Lo único que quedaba de mi madre eran algunas fotos y recuerdos de los momentos disfrutados juntos en esta casa. Cuando, por fin, después de unos años buscándola, volví a encontrarme con ella, volví a encontrar también su cariño y su amor. Eso es una de las cosas que intento transmitirle a Sofía. En verdad, intento ser el mejor padre posible para ella aunque no haya tenido el mejor ejemplo ya que mi padre tuvo que ocuparse de todo y no estuvo muy presente.

A veces me pregunto si el hecho de no haber tenido una figura paterna como los otros niños de esas edades, es lo que me motiva para ser un padre ejemplar para mi hija. La quiero como mis padres me querían a mí, pero aprovecho cada día al máximo porque he aprendido del pasado que nunca se sabe cuándo será tu último día.

Ver a mi hija jugar en la playa me hizo darme cuenta de que la vida es como las olas del mar: nunca sabes cuándo se van a romper.

De hecho, también me di cuenta que, aunque la vida me haya traído cambios y pérdidas, también me ha traído nuevos comienzos y la oportunidad de crear nuevos recuerdos con mi propia familia. En esos momentos de felicidad con Sofía, encontré la fuerza para dejar atrás las zonas oscuras de mi pasado y abrazar el presente en todo su esplendor.

Así mismo, mi infancia se convirtió en un recuerdo que guardo en mi corazón como un tesoro guardado en el altillo de mis recuerdos. Pero al centrarme en el presente con mi hija, viéndola construir castillos de arena y dejando que el agua se los llevara, me di cuenta de que cada ola es una oportunidad para crear nuevos momentos y recuerdos inolvidables. La vida sigue, y aunque mi infancia siga formando parte de mí, estoy decidido a construir un futuro lleno de amor y de alegría para Sofía, para que no tenga que guardar su alma de niña en un altillo.

Con los soles de finales de marzo, me animé a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Saqué camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrada a su cubo y su pala, también saqué a mi hija, Sofía, que jugaba con las maletas.

El sol brilló con fuerza durante todo abril y todo mayo.