Relato de Sébastien D S., Camille P-D., Samanta P. C., Benjamin J.

Cubo y pala

Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias..., y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.
Llovió todo abril y todo mayo.
Era el tercer año desde que vivimos aquí, desde que nos mudamos a Alemania. Habíamos dejado todo atrás de nuestra vida en nuestro pueblo al sur de Valencia por el trabajo de mi padre. Sin embargo, aún no nos habíamos acostumbrado a nuestra vida en la capital alemana. Habíamos aprendido a callarnos, a aceptarlo.
A veces, cuando volvía del colegio, sentía celos de mi hermano, que no tenía la nostalgia de la vida de antes. Él había nacido aquí e iba a crecer aquí. Así que no compartía nuestro sufrimiento.
Cuando mi padre volvía a casa, nos decía que teníamos suerte de vivir en una gran capital europea. Pero, en Berlín, nunca me había sentido en mi casa. Mi madre nació en Argentina, vino a España a los 10 años y siempre había viajado mucho con mis abuelos. Entonces conoció a mi madre y se negó a instalarse en su pueblo.
Es muy raro sentirse como en casa, o en este caso, no sentirse como en casa. Hace tres años ahora, ¿por qué no me siento bien donde vivo? De verdad, Berlín es una ciudad muy buena, con muchas cosas que hacer y una cultura riquísima. Y tengo amigos aquí, pero no son como los amigos que tenía en España. Es una ciudad perfecta para muchos, pero no es la mía.
Aunque era pequeña, tengo muchos recuerdos de Alzira: el sol, la playa cerca, las tardes con mis amigos. Parece que todo era más simple, más feliz. Lo más difícil es que no tengo nadie con quien hablar de esto. Mis amigos alemanes no podrían entenderlo... Cuando hablo de España, siempre hacen bromas con paella o flamenco, pero no entienden que están hablando de mi país, de mi identidad.
No puedo hablar con mi familia tampoco. No quiero acusar a mi padre, aunque de verdad siento rabia, y parece que es un tema muy delicado para mi madre porque pienso que realmente nunca ha aceptado esta decisión. Además, nuestro pequeño Jaime no ha conocido realmente España. Mi madre le enseña un poco de la geografía en casa, pero no tiene recuerdos de allí, y habla alemán mejor que español. Ah, Jaime, no crezcas nunca...
A veces suelo pensar que más tarde volveré a Valencia. No quiero que mis futuros hijos crezcan aquí en Berlín. En realidad, pienso que no quiero perder esa cultura tan hermosa con la cual he crecido. Aquí en Berlín todo parece gris y frío, mientras que en valencia todo estaba lleno de colores y alegre. Aunque por el momento no me guste vivir aquí tengo aun la esperanza de que me guste vivir aquí y que finalmente sí tenga amigos con los cuales pueda reírme como con los de Valencia.