1. Un encuentro sorprendente

"En esos parajes vivía una anciana de estatura gigantesca, de la que se decía que usaba artes de brujería. Los habitantes del pueblo vivían atemorizados. Cansada de verse siempre temida y rechazada, la Giganta (así la llamaban), hizo surgir un día las enormes rocas y las plantó con fuerza junto al río Gállego para poder vivir escondida y refugiada tras ellas.

Dicen que si hay luna llena, en la noche de San Juan se la puede ver sentada en el mallo Pisón, peinando sus largos cabellos blancos tras humedecer el peine en el Gállego."

Cuando unos amigos de Huesca me contaron esa leyenda de la Giganta de los Mallos, le propuse a Eva ir a pasar el fin de semana a Riglos para conocer ese lugar. Su respuesta picó todavía más mi curiosidad: "si quieres que tu vida dé un giro de 180°, cita en Murillo de Gállego, en la plaza del pueblo, el viernes a las cinco y media". Allí fui.

Tal y comolo había propuesto a Eva, fui el siguiente viernes a Murillo de Gállego para aclarar esta misteriosa advertencia en la cual no creía en absoluto. Eva debía unirse a mí el sábado para hacer senderismo en pareja, en las montañas de este pueblo. Había decidido tomar mi tarde libre y salir tras el almuerzo. Murillo de Gállego no está muy lejos de Zaragoza, el lugar donde vivo: solamente auna hora y media en coche.

Llegué allí a las tres de la tarde lo que me dejaba dos horas y media para disfrutar de mis primeros instantes de vacaciones desde hacía seis meses. A las cinco y media saboreaba tranquilamente mi café en una terraza de la plaza principal, cuando el reloj de la iglesia sonó. La plaza estaba desierta. Solo una ancianita vestida de negro me miraba fijamente desde algunos minutos, sentada en su banco. Su mirada era fría como el hielo y me escarchó totalmente, aunque el tiempo era suave en aquelmes de mayo. Se levantó, se acercó lentamente de mi mesa y se sentó en la silla frente a mí. Mi cuerpo se echó a temblar como una hoja y cuando intentaba controlarme para no dejar entrever mi miedo, los temblores recomenzaban con más fuerza. La vieja sostuvo mi mirada durante un instante que me pareció una eternidad. Hubiera dicho que leía en mis pensamientos como en un libro abierto. De repente, me puse a pensar en mi madre, en las tartas de fresa que solía preparar, en mi pueblo natal, Biel, cerca de Murillo de Gállego, en la pequeña escuela donde iba todas las mañanas y en todos los elementos que constituyeron mi infancia…

 Luego, la misteriosa mujer con cabellos blancos se levantó y murmuró en mi oreja: “! Bonum iter in praeteritis!” (¡Feliz viaje en el pasado!) antes desaparecer como por encanto. Me levanté por lo menos entrelazado por esta entrevista y me costó algunos minutos recuperar la cordura. Me dirigí hacia mi hotel y pedí a la recepción si era normal ver tan poca gente en las calles de Murillo de Gállego ese día. Me respondieron: “Sí señor, todavía nuestros días la leyenda subsiste y los habitantes de este pueblo tienen por tradición no salir el viernes por la tarde. ¡Hasta las escuelas están cerradas este día a partir de la una!” Llegué a mi cuarto riéndome de toda esa superstición y me dormí temprano tras haber comido un caldo gallego, mi plato preferido durante mi infancia.